La Orientación Educativa hoy día es
reconocida como una disciplina científico-técnica perteneciente al campo de las
Ciencias Humanas y Sociales, cuya finalidad es ayudar y acompañar a todas las
personas, de forma continua y a lo largo de la vida, con el objetivo de
potenciar la prevención y el desarrollo humano en todas sus áreas. Este proceso
de ayuda está inserto y ocurre de forma paralela a la actividad educativa, la
cual también se ocupa de estimular el desarrollo integral del individuo,
posibilitando su participación activa, crítica y transformadora en la sociedad.
Siguiendo a Rodríguez Espinar (1985), la intervención se realiza mediante el
diseño, ejecución y evaluación de programas dirigidos a la producción de los
cambios necesarios en el alumno y en los contextos en los que participa a fin
de lograr su plena autonomía.
El Orientador debe ser idóneo y
proactivo, y sin lugar a dudas que le apasione su profesión.
Con el fin de hacer la diferencia y
llegar a la población juvenil, que necesita de asesoramiento, tiempo y
paciencia.
Desde esta perspectiva, los agentes que han de
encargarse de impulsar y llevar a cabo estos programas son los miembros del
equipo directivo, los tutores, los profesores, las familias, los especialistas
del centro ( profesor de diversificación curricular) y otros especialistas
externos (médico, psicólogo, fisioterapeuta, trabajador social, etc.), bajo la
guía y coordinación del orientador/a que ejerce de promotor del cambio, de nexo
y mediador entre los distintos agentes. Así pues, dentro de este marco, las
funciones del orientador/a se quedarían agrupadas en estos ejes: a)
Participación en el diseño, desarrollo y evaluación de los planes de
intervención en las áreas mencionadas; b) Organización, planificación y
evaluación de la orientación; c) Asesoramiento; d) Diagnóstico e intervención
psicopedagógica; e) Impulso de la investigación e innovación educativa.
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